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PANDORA

PANDORA

Despierto.

Alzo la cabeza y dejo que los copos de nieve se claven sobre mi piel. Dejo que el frío cale en mis huesos y quiebre lo poco que quedaba de ti. Dejo que muy lentamente la muerte rezumbe alrededor de mis oídos y que de mis ojos brote un líquido espeso y salado que riega un suelo donde años atrás brotó un árbol. ¿Dónde estará ese árbol? ¿Dónde está lo que pudo llegar a ser?

¿Dónde está la esencia que antaño lo bañaba todo? ¿Dónde está el agua que regaba nuestros corazones? ¿Dónde está la verdad invisible? ¿Está todo el aire viciado por aquellas tristes palabras que aguardaban en el desván para que alguien las pronunciara?

Supongo que quizás será por el modo en que lo miras todo, por el modo en el que lo tocas todo, por el modo en que lo vives todo. Tu paso cargado de hipocresía, tus sucias palabras de amor, todas las veces que hiciste pública tu propia vida. ¿Quién fui yo para creer que una parte de ella me pertenecía? Hoy, que me encantaría dejarte escapar, decides quedarte.

Decides quedarte y yo echo a correr. Escapo, atravesando una puerta que siempre pareció ser infranqueable y dejando que todo lo mío se queme dentro, en un fuego que más que indomable, parece ser inevitable. Y aquí fuera está todo tan oscuro… No veo nada sin las ataduras de lo que tenía aspecto de real. Busco entre los árboles un atisbo de todo lo que pudimos ser y a lo lejos, donde jamás pueda ser encontrado,  entierro los viejos recuerdos de aquel raro Diciembre en el que elegimos “estar” en lugar de “ser”. Corro y le ruego al viento que me deje en paz, pero no en calma. Que se lleve esta droga que produce el Sol, que se lleve los sueños y todas las ilusiones que no sirvieron de nada. Hoy, que echo a correr, decido que me toca a mí mover. Me toca mover y muevo. Me muevo.

Pero… ¿cómo sobrevivir en un lugar donde “sociedad”, “saciedad” y “suciedad” están a una sola letra de distancia?

Me despojo del atroz velo que cubría mi mente y salgo de casa, del bosque y del mundo. Salgo de mí y camino despacio por las calles vacías de tanta abundancia de personas. Pernocto en un sitio más parecido a la Luna que a la Navidad. Observo en el cielo cientos de estrellas que nunca fueron descubiertas y esta noche, que el frío embriaga mis pupilas, parecen titilar como nunca antes. ¿Sabrán ellas que por fin llega su salvador? Un salvador sin profecías ni palabras que no dicen nada.

Subo la última colina que quedaba antes de escapar de tu monte de Venus y huyo de esta, nuestra dulce y eterna prisión. Rescato del desván el último atisbo que quedaba de humanidad y lo mancho todo de esperanza. Si Diciembre es capaz de sacar lo mejor de nosotros, ¿qué tal si votamos por él siempre? Susurro un ligero epitafio a las fotos de ti que guardaba en el bolsillo y rezo para que no vuelvas a rezar, para que nunca nadie intente enlatar una helada sonrisa. Despliego este último espécimen de Árbol, destapo el polvoriento baúl y dejo que si alguien pueda salvarnos, sea la Navidad.

Despierto de esta terrible paradoja, de una vida que carece de sentido.

RMG

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